martes, 4 de febrero de 2014

INVIERNO

El invierno me está haciendo mella, el frío se me cala en los huesos y en el alma, donde tengo unos escalofríos que no consigo quitarme ni con mi manta amorosa del sofá.
Entiendo cuando alguien dice que le sangra la herida... a mí me duele durante el día y me sangra por la noche, cuando los ojos se me llenan de lágrimas y siento en el pecho un desconsuelo que no me quita nada, bueno sí, le pido a mi niño que venga a abrazarme porque lo necesito y su abrazo con esa piel tan dulce y fina me hace recuperar un poco el ánimo.
Duermo mal, tengo pesadillas y sueños incongruentes, me da por cuestionarme muchas cosas... cuando uno está mal, con un mal del alma, cuando la soledad invade el espacio vital, es cuando más se necesita el apoyo de aquellos que que quieren, una palabra de ánimo, de cariño, una simple caricia... es gratis, no cuesta mucho esfuerzo y hace mucho bien... yo me alimento de eso, necesito ese combustible para continuar caminando y que no se me hiele el motor con el frío.
Estoy irascible, enfadada con el mundo es la frase, puede ser, pero con mi mundo también, con ese del cual tu también formas parte o no? necesito compañía en este mal invierno, sí estoy enfadada con el mundo y sobre todo con el tuyo, donde no me ubico.
Tengo invierno en el alma, vientos del norte en mi cabeza y chaparrones descontrolados en mis ojos, el granizo golpea mi pecho, ando buscando refugio para sentarme al calor de un buen fuego, pero esta ventisca que nos envuelve no me deja encontrar el camino.
A ratos pienso que son etapas de la vida y no me gusta la etapa, tener que decir adios a los padres, la etapa del desencuentro, la de cambiar pasión por amistad o por convivencia...
Quizá todo sea debido al invierno y al despuntar los primeros brotes de la primavera, veré también aparecer renovadas esperanzas e ilusiones, esas que siempre me acompañan, aunque a veces me conviertan en ese, una simple ilusa.

MADRE

En estos días, la parca ha visitado la Residencia, me la encontré con su sonrisa desdentada, al aparcar el coche, me hizo un guiño diciéndome -que estoy aquí, dándome una vueltecita-, me cedió el paso en la puerta de entrada, y al pisar el salón, se sentía su fría y desoladora presencia, mis abuelitos estaban todos muy tristes y serios, cabizbajos, nadie deambulaba por los pasillo ni hablaba en voz alta, todos allí, sentaditos, intentando que la visitante no reparase en ellos, que pasase de largo, pero no pasó, hizo su trabajo, es más, ha hecho horas extrañas, ya que esta semana nos faltan cuatro abuelitos.

Traspasar el umbral de la puerta de la habitación 600 de la segunda planta y encogerse mi corazón y mi estómago es uno, miro a esa cama, la ilusa que llevo dentro y que no se decide a crecer, sigue pensando: a lo mejor se ha levantado... y no, está ahí, consumida, cada vez más pequeña, mi madre se está volviendo etérea, quizá esté en pleno proceso de convertirse en espíritu y va abandonando el cuerpo poco a poco, su piel es tan fina y translúcida que al acariciar su mano pareciera que se me quedara entre las mías, observo sus capilares, sus venas y sus huesos, esa mano es cada vez más hueso... que a pesar de todo sigue acariciando la mía cuando tiene algo de fuerza, esa mano que le tengo cogida durante las dos horas que estoy allí, ella en su mundo y yo leyendo, de pronto, noto que me aprieta como diciéndome que estoy aquí, y ese apretón que me da mi madre, ese besarle la frente y ese beso apagadito que me devuelve ella, me reconforta como si fuera una pomada en la herida... el abrazo de una madre, el beso por débil que sea, no se compara con nada, ese calorcito en el corazón, al ir creciendo y madurando vemos con claridad meridiana quien es incondicional, quien siempre estará ahí, a quien le importas de verdad, es ella, cuando eres bebé te saca adelante, de niño te cuida y educa y mira por tu bien, es por tu bien, esa frase que en el ímpetu irreverente de la adolescencia y juventud nos sienta tan mal y no entendemos..., luego en la madurez entenderemos de golpe, ya cuando formamos nuestra propia familia nos volvemos autosuficientes, ya no necesitamos monsergas de madre, qué equivocación, cómo me vienen a la cabeza sus frases, sus dichos, sus verdades, cuánta razón en la sabiduría de madre. Conforme vas avanzando etapas en la vida, te das cuenta que la vas a perder, que no va a estar, ¿a quién le dirás mamá? y entonces te vuelves pequeño, indefenso y la valoras como nunca.

Ese estar para todo sin reservas, incondicional,  sólo puede venir de la persona que te dió la vida. En la cama de al lado de mi madre gime y llora de dolor otra mujer, mayor que mi madre, rondará los 90 años, entre lamentos llama a alguien: mamá mamá, también en esa etapa buscamos a la madre para que nos traiga el consuelo.

Al marcharme ya para casa, arranqué el coche y al mirar hacia el edificio de la residencia, la parca volvió a aparecer descarada, sentada a horcajadas en la reja, diciendo adiós con su mano de huesos y recordándome que se quedaba allí.